Los sistemas educativos se orientaron a transmitir a las nuevas generaciones la cultura, los saberes y las normas de la sociedad nacional, las exigencias del mercado de trabajo moderno y el respeto por el nuevo orden político y legal. Enfrentados muchas veces con las congregaciones religiosas, los Estados fueron asumiendo buena parte de estas tareas educativas, que ya no podían ser confiadas al marco familizar y al contexto social-comunitario más inmediato.
En las últimas décadas la emergencia de los procesos globalizadores y de la Sociedad de la Información pone en cuestionamiento las bases estructurales que sustentaron la creación y expansión de los sistemas educativos.
Andy Heargraves (2003) señala que la docencia es en la actualidad una profesión paradójica, encerrada entre ejes contradictorios:
  • por un lado, se espera que los docentes sean capaces de conducir un proceso de aprendizaje que permita el desarrollo de las capacidades para la innovación, la flexibilidad y el compromiso, necesarios para el desenvolvimiento en la emergente Sociedad de la Información.
  • por otro lado, se espera que los docentes y las instituciones educativas mitiguen y contrarresten problemas característicos de nuestros tiempos: profundas desigualdades económicas, desigualdades en el acceso a los medios simbólicos, excesivo valor del consumismo, disgregación del sentido y pertenencia comunitaria.

Hargreaves sostiene que la tarea y la función docente están encerrados en un triángulo de intereses e imperativos en competencia:

  • ser impulsores o promotores de la sociedad del conocimiento y de todas las oportunidades que promete.
  • ser los cuestionadores de la sociedad del conocimiento y la globalización en la que a pesar de las crecientes inseguridad existencial de las personas.
  • ser los cuestionadores de la sociedad del conocimiento y la globalización y sus efectos en la exclusitn social y en la creciente inseguridad existencial de las personas.

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